La Revista de la Asociación de la Misericordia para Escrituras y Teología

Las oraciones de Catalina McAuley

Si deseamos entrar profundamente en la oración de Catalina McAuley, como lugar donde ella y Cristo pueden enseñarnos, podemos entrar en las escenas ordinarias de su oración que nos han sido registradas por quienes vivieron con ella. Tanto si venimos a la luz de la luna por la mañana temprano, como al mediodía del ministerio o a la oscuridad de la noche, en estas escenas podemos arrodillarnos con Catalina en la presencia de Dios, y unir nuestras voces a la suya mientras ella reza las oraciones que le eran más queridas.

Podemos arrodillarnos con ella en 1829, en el salón lateral de la calle Baggot, donde se reúne con el puñado de compañeras que se habían unido a ella al principio de un llamado de Dios, cuyas dimensiones plenas apenas soñaba:

Todas se levantaban a las 6, pero la Reverenda Madre y yo y a veces la Madre Francisca solíamos levantarnos a las 4 y rezar a menudo todo el Salterio «a la luz de la luna», leer algo de la Guía del pecador y transcribir.1

Podemos arrodillarnos con ella en 1832, en el hospital improvisado de la calle Townsend de Dublín, en medio de la devastadora epidemia de cólera:

Siempre había cuatro allí desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la noche, relevándose unas a otras cada cuatro horas; y aunque nuestra Reverenda Madre tenía un miedo natural al contagio, superó ese sentimiento y apenas salió del Hospital. Allí se la podía ver entre los muertos y los moribundos, orando junto al lecho del cristiano agonizante, inspirándole sentimientos de contrición por sus pecados, sugiriéndole actos de resignación, esperanza y confianza, y elevando su corazón a Dios por la caridad.2

Podemos arrodillarnos con ella a mediados de la década de 1830, en la capilla oscura de la calle Baggot, conscientes tal vez de nuestras propias infracciones de caridad y de nuestra falta de unión amorosa con nuestras Hermanas:

En cierta ocasión se produjo un desacuerdo, y aunque fatigada por los esfuerzos del día, pidió a una hermana en la que confiaba que se reuniera con ella en el coro después de las oraciones nocturnas para que pudieran rezar la «Oración de los treinta días» a fin de obtener el restablecimiento de la paz y la unión, circunstancia que demostraba la gravedad con la que veía la menor infracción de la caridad, ya que nunca realizaba esa devoción excepto en un caso importante; pues confiaba especialmente en su eficacia, y decía que tenía cuidado con lo que pedía por medio de ella, ya que estaba segura de que se le concedería.3

Catalina McAuley era marcadamente reservada en cuanto a su propia vida espiritual y su oración personal. Escribiendo sobre ella después de su muerte, Mary Clare Moore dice: «Tú preguntas por los ejercicios espirituales de la querida Reverenda Madre. Ella era demasiado humilde para hablar mucho de sí misma; de hecho, le disgustaban tanto las palabras mi o yo, que a menudo me sentía avergonzada cuando, sin querer, las había pronunciado».4 Del mismo modo, Mary Vincent Harnett dice de las instrucciones de Catalina a las primeras Hermanas de la Misericordia:

Les enseñó a amar la vida oculta, trabajando en silencio solo para Dios; sentía una gran aversión por el ruido y la ostentación en el cumplimiento de los deberes. A menudo se le oía decir: «Qué calladamente hace el gran Dios todas sus maravillas; las tinieblas se extienden sobre nosotras, y la luz irrumpe de nuevo, y no hay ruido de correr cortinas ni de cerrar persianas».5

Así, en los únicos testimonios personales que poseemos —los manuscritos biográficos contemporáneos sobre ella y sus propias cartas—, Catalina no describe su oración personal, ni oralmente ni por escrito. Puede que compartiera su experiencia privada de oración con sus confesores o amigos sacerdotes cercanos (por ejemplo, Edward Armstrong, Michael Blake y Redmond O’Hanlon, O.D.C.) o con alguna de sus buenas amigas de las Hermanas de la Misericordia (Clare Moore, Frances Warde, Elizabeth Moore o Teresa White, por ejemplo), pero si estas conversaciones tuvieron lugar, se ha preservado su privacidad.

Oraciones «favoritas» de Catalina

Por tanto, no podemos saber nada de las expresiones «yo-tú», con palabras o sin ellas, del corazón de Catalina a su Dios, salvo en la medida en que su oración interior pueda deducirse, de forma muy indirecta y limitada, de otros rasgos y expresiones de su vida. No oiremos las «cortinas» o «persianas» de sus himnos y salmos interiores.

Sin embargo, hay muchas escenas en la vida de Catalina que nos dan una idea de los aspectos más públicos de su oración y revelan, en particular, la profundidad de su devoción a algunas oraciones «favoritas» que se encuentran en los libros de oraciones ordinarios de sus oraciones diarias que eran, en su propia oración vocal y en la oración comunitaria de la comunidad, expresiones centrales de su celo, confianza y amor ardiente. Estas oraciones «favoritas» eran, como las enumera Mary Clare Moore: «La Oración de los treinta días en honor de nuestro divino Señor, y también en honor de nuestra Santísima Madre. El Salterio de Jesús. La oración universal [por todas las cosas necesarias para la salvación]. Los siete salmos penitenciales, con la «Paráfrasis» del P. [Francis] Blyth». Clare dice que el «libro favorito» de Catalina era «El seguimiento de Cristo», especialmente los capítulos 30 del Libro 3º y 8º del Libro 4º».6 En la biografía de Catalina insertada en los Anales de Bermondsey del año 1841, Clare hace un relato similar de las preferencias de Catalina:

Consideraba más útil adherirse a unas pocas obras espirituales sólidas que atropellar muchas sin reflexión. «El seguimiento de Cristo» era uno de sus libros preferidos, también la «Paráfrasis» de Blythe sobre los siete salmos penitenciales; su libro de oraciones era el titulado «Devociones al Sagrado Corazón de Jesús». Además de los ejercicios espirituales de la Comunidad, a los que asistía con gran fervor, tenía mucha devoción a las dos «Oraciones de Treinta Días», al «Salterio de Jesús» y a la «Oración universal»: Algunos pasajes de la última que solía repetir a menudo, especialmente este: «Descúbreme, oh Dios mío, la nada de este mundo, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y la longitud de la eternidad».7

La «Oración universal por todas las cosas necesarias para la salvación» fue compuesta por Clemente XI durante su papado (1700-1721) y está incluida en el «Manual completo de la piedad católica» de William A. Gahan, el libro de oraciones utilizado en la comunidad de la calle Baggot desde sus primeros días, así como en otros libros de oraciones de la época de Catalina. Esta oración relativamente breve expresa, en dieciséis peticiones en cuatro partes dirigidas a Dios, el deseo de Catalina de la ayuda transformadora de Dios y su reconocimiento de que Dios es «mi primer principio… mi último fin… mi constante bienhechor… [y] mi soberano protector». Al rezar sus súplicas, la humildad, la sencillez y la pureza de corazón que caracterizaban su espíritu encontraban expresión en las sencillas palabras de esta oración. Más tarde, por deferencia a ella o porque las diversas comunidades de la Misericordia rezaban ocasionalmente esta oración, la «Oración universal» se incluyó en muchas ediciones del siglo XIX del «Manual de coro» de las Hermanas de la Misericordia.

«El Salterio de Jesús»

El «Salterio de Jesús» es una oración especialmente querida por Catalina McAuley, aunque quizá nunca lleguemos a comprender todo lo que significaba para ella. Evidentemente, cuando era niña, su «primer intento de escribir fue tratar de copiar a mano» esta oración.8 Se nos dice que cuando «aún era muy joven, antes de saber escribir, copió en una especie de letra grande pasajes del Salterio de Jesús», y que era «una oración por la que siempre conservó un gran afecto». Más adelante en su vida, habiendo memorizado los quince párrafos de las peticiones en el Salterio, «solía repetir partes de él a diferentes horas del día, incluso cuando iba por las calles».9 En los años posteriores a la apertura de la Casa de la Misericordia y antes de la fundación de las Hermanas de la Misericordia, Catalina y la comunidad solían reunirse a las ocho de la noche para rezar oraciones nocturnas con las mujeres de la Casa de la Misericordia y la gente del vecindario que deseaba unirse a ellas. Las oraciones que Catalina utilizaba cada noche «eran las de la “Piedad católica” con una letanía adicional o el Salterio».10

En octubre de 1838, durante los primeros meses de la fundación de la comunidad de Limerick, cuando rezaron para que las jóvenes de la zona pudieran unirse a la nueva fundación, Catalina escribió desde Limerick a Frances Warde: «Terminamos las dos “Oraciones de Treinta Días” el 23, una por la mañana y una por la tarde y ahora vamos a rezar todo el Salterio por 15 días. Esta es nuestra mejor esperanza».11 En los meses de preparación previos a la fundación de la comunidad de la Misericordia en Birmingham, Inglaterra, Catalina siguió un plan similar. Como señaló el 6 de abril de 1841: «Comenzamos la “Oración de Treinta Días” el jueves en lugar del Salterio. La sustancia de la petición. Que Dios dirija todos los arreglos que se han de hacer para el establecimiento del convento en Birmingham».12

El Salterio de Jesús toma su inspiración y epígrafe de Hechos 4, 12: «Porque no existe bajo el cielo otro Nombre… por el cual podamos alcanzar la salvación»; toma su título de su similitud numérica con el Salterio de las escrituras hebreas, que contiene ciento cincuenta salmos, y con el rosario (a veces llamado el «Salterio de María») que contiene ciento cincuenta Avemarías en sus meditaciones sobre quince misterios de la vida de Jesús. El Salterio de Jesús invoca reverentemente el nombre de Jesús ciento cincuenta veces. Estas invocaciones, distribuidas en quince peticiones, se pronuncian en el contexto bíblico de la reflexión sobre la muerte y el nombre de Jesús, tal como se honra en la carta a los Filipenses: «se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla, en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”» (2, 8-11).

Las quince peticiones del Salterio están agrupadas en tres partes de cinco peticiones cada una. En el «Manual completo de la piedad católica», de William A. Gahan, un libro de oraciones que utilizaba Catalina, el editor aconseja a quienes rezan el Salterio que lo repartan a lo largo del día de la manera que sea más propicia para la oración:

Puesto que no debe ser recitado con demasiada precipitación, sino con la mayor reverencia y recogimiento, puede recitarse todo sin interrupción, o cada parte en tres momentos distintos, según el tiempo libre de que dispongan las personas después de cumplir los deberes indispensables de sus diversos estados y condiciones de vida.13

Las personas que ahora usan del Salterio de Jesús optan a veces por rezar reflexivamente una sola petición cada día, durante un periodo de quince días.

Cualquiera que rece meditativamente el Salterio de Jesús puede escuchar en sus súplicas los deseos y actitudes perdurables de los discípulos de Jesús. Por debajo de lo anticuado de parte del vocabulario y de algunas formulaciones y énfasis teológicos, se perciben los grandes temas cristianos que con tanta fuerza hablaban al espíritu de Catalina cuando rezaba esta oración: reconocimiento de nuestra debilidad personal y nuestra necesidad de la misericordia perdonadora y habilitadora de Dios; conciencia de nuestra sutil tendencia a la inconstancia y la vanidad, y nuestra dependencia absoluta de la ayuda de Dios; admiración y reverencia por la persona y la misión de Jesús, y gratitud por su pasión y muerte.

Se puede oír en las frases del Salterio de Jesús, si se deja penetrar su significado, toda el hambre de un solo corazón, el dolor por el pecado, el deseo de la guía de Dios, el respeto por la bondad de Jesús y el dolor por sus sufrimientos que caracterizaron la mente y el corazón de Catalina McAuley. Aunque el lenguaje de las diversas peticiones difiere del de las oraciones cristianas actuales, los sentimientos del Salterio son los sentimientos profundos del Nuevo Testamento: un recuerdo agradecido de la vida y muerte de Jesús que nos redime, y deseo ferviente de ser, en la peregrinación de esta vida, sus auténticos discípulos.

Las «Oraciones de Treinta Días»

Aunque las primeras Hermanas de la Misericordia rezaban a menudo el «Salterio de Jesús» comunitariamente, el salterio se considera mejor como una oración personal de toda la vida de Catalina McAuley. Este no fue exactamente el caso de las dos «Oraciones de Treinta Días», una «A nuestro Bendito Redentor, en honor de su amarga pasión» y otra «A la Santísima Virgen María, en honor de la Sagrada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». Los Anales de Tullamore de 1836 dicen de la «Oración de Treinta Días a María»: «Nuestra Venerada Fundadora tuvo por costumbre durante toda su vida, que comenzó en Tullamore, permanecer un mes en una nueva Fundación, tiempo durante el cual rezaba siempre la Oración de Treinta Días a la Santísima Virgen para implorar la gracia sobre las hermanas y una bendición sobre su trabajo, por intercesión de la Madre de Misericordia».14

Los manuscritos biográficos sobre Catalina escritos por sus contemporáneos y su propia correspondencia hablan todos de su profunda devoción a esta oración y a la versión de la misma dirigida a Jesucristo. Clare Moore señala explícitamente la confianza de Catalina en esta oración: «Siempre que tenía dudas o dificultades recurría a la oración, y la Oración de Treinta Días, desde que yo la conocía, era el medio por el que obtenía todo lo que deseaba. Lo decía siempre con toda la confianza de conseguir lo que pedía».15

En los Anales de Bermondsey, Clara dice de Catalina y la Oración de Treinta Días:

Ella nunca realizaba esa devoción salvo en algún caso importante; pues confiaba especialmente en su eficacia, diciendo que tenía cuidado con lo que pedía por medio de ella, ya que la petición era segura de ser concedida. Esa devota oración la iniciaba siempre el primer día de su llegada a una nueva fundación, y se esforzaba por permanecer en ese lugar hasta completarla.16

Las cartas de Catalina contienen frecuentes referencias a las dos «Oraciones de Treinta Días», cuando está en Limerick, Galway y Birr y cuando se prepara para la fundación en Birmingham.  Desde Galway escribe a Frances Warde: «Dijimos nuestras dos dulces Oraciones de Treinta Días, una a nuestro Salvador por la mañana, otra a la Santísima Virgen por la tarde. También hicimos esto en Londres. Mi fe en estas oraciones ha aumentado mucho».17

Salvo los párrafos iniciales de estas oraciones, las dos «Oraciones de los treinta días» (al Redentor y a la Santísima Virgen María) son casi idénticas en estructura y contenido. Tras reconocer con gratitud el abrazo divino a nuestra naturaleza humana en la concepción y nacimiento de Jesús, ambas oraciones relatan —desde la perspectiva de la experiencia de Jesús o de María— los acontecimientos cronológicos de la pasión y muerte de Jesús, su resurrección y ascensión, la venida del Espíritu Santo y el juicio final anticipado. Luego, con la fuerza de todo este testimonio de la compasión de Dios hacia la humanidad, las oraciones ofrecen una oportunidad abierta para exponer la necesidad o petición particular para la que ahora se busca la ayuda especial de Dios. Aquí Catalina rezaba por el bienestar espiritual y temporal del Instituto, por las mujeres que pudieran elegir entrar en las Hermanas de la Misericordia, y por la unión y la caridad dentro de la comunidad. En el Manuscrito de Limerick, Mary Vincent Harnett señala que, durante todo el mes de septiembre, en el que se celebra la fiesta patronal del Instituto de Nuestra Señora de la Misericordia, Catalina «rezaba en el coro la Oración de Treinta Días en honor de la Santísima Virgen por el bienestar espiritual y temporal del Instituto».18

La pasión de Jesucristo constituye el contenido principal de las dos Oraciones de Treinta Días. Este énfasis se corresponde con la intensa reverencia y compasión por los sufrimientos redentores de Jesús que marcaron tanto la espiritualidad personal de Catalina como su ministerio con las personas que sufrían. Su devoción a la Pasión de Jesús no era estacional, sino diaria, aunque tal contemplación le pasara una pesada factura. En los Anales de Bermondsey, Clare Moore dice: «Meditaba con sincera atención los grandes misterios de la Fe, y sintiendo con tanta sensatez los sufrimientos de sus semejantes, su compasión por los que soportaba nuestro Bendito Señor era extrema, tanto que era un verdadero dolor para él, como una vez le dijo a una hermana en confianza, meditar sobre ese tema».19

Pero, al igual que Teresa de Ávila, a quien admiraba, Catalina creía en la importancia crucial para la auténtica vida cristiana de la meditación sobre los relatos evangélicos de la vida y muerte humanas de Jesús.

Las antiguas prácticas comunitarias de la Misericordia de honrar la Pasión de Jesucristo de rodillas a las tres de la tarde del viernes y de asistir de pie a la comida ligera de gachas del Viernes Santo surgieron de la profunda reverencia de Catalina por los sufrimientos finales de Jesús. En su biografía de Catalina publicada en 1864, Mary Vincent Harnett, que había vivido con Catalina en la calle Baggot, dice de ella acerca del Viernes Santo:

Aquel día se abstenía por completo de comer, aunque solía permanecer en el refectorio a veces, como si participara de la colación ligera que había prescrito para las hermanas, y que toman de pie, retirados los asientos según la costumbre que ella estableció. No podía soportar que apareciera una comida normal en el aniversario de la muerte de nuestro querido Señor, ni que se cocinara nada en el establecimiento ese día.20

Los Salmos Penitenciales

Por último, entre las oraciones «favoritas» de Catalina están los salmos penitenciales, los antiguos salmos clásicos de arrepentimiento por el pecado y de apelación confiada a la misericordia de Dios. Al menos desde el siglo VI, los salmos penitenciales se han identificado como siete: en la numeración Vulgata que Catalina habría utilizado son los salmos 6, 31, 37, 50, 101, 129 y 142. La larga tradición de rezar diariamente el «De profundis» (Salmo 130) en todas las comunidades de Hermanas de la Misericordia —«Desde lo más profundo te invoco, Señor, ¡Señor, oye mi voz!» — seguramente evolucionó a partir de la devoción de Catalina a estos siete salmos, al igual que la frecuente oración comunitaria del Miserere (Salmo 51). La principal ayuda de Catalina para comprender estos salmos era la Paráfrasis devota de los Siete Salmos Penitenciales: o Una guía práctica para el arrepentimiento de Francis Blyth.21

El pequeño libro de Blyth contiene los textos completos de los siete salmos, acompañados al pie de cada página por amplificaciones del significado de cada versículo. El tono de su volumen es misericordioso, centrándose en el amor misericordioso de Dios que se promete a quienes reconocen su verdadera dependencia de la bondad de Dios. La «penitencia» de estos salmos no es el llamado «sentimiento de culpa», temido y rechazado por muchos estudiosos actuales de la vida espiritual, sino más bien el reconocimiento sincero y pacífico de los santos de su necesidad radical del perdón de Dios, de que Dios colme redentoramente la brecha entre su manchada virtud humana y la limpia santidad de Dios. Este tipo de penitencia daba serenidad y coraje al corazón de Catalina McAuley, la impulsaba silenciosamente por las calles de Dublín y le permitía sentir el dolor más profundo de los que visitaba y servía. A menudo ella habría orado: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu… mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado» (Ps 51, 10, 17), los mismos versículos del salmo que Teresa de Ávila oró cuando estaba muriendo.

Los principios de Catalina

En la oración personal y comunitaria, Catalina McAuley parece haber favorecido tres principios: la sencillez del lenguaje, la moderación en la elección de las oraciones comunitarias y la subordinación de la oración a las obras de misericordia. Sus contemporáneos eran muy conscientes de su incomodidad con el lenguaje «altisonante». En los Anales de Bermondsey, Clare Moore escribe:

Amaba singularmente la sencillez en los demás, y ella misma la practicaba, diciendo a las hermanas que adoptaran un estilo sencillo de hablar y escribir… Incluso en la piedad le disgustaban las aspiraciones o frases altisonantes, y a una novicia que estaba escribiendo algo muy exaltado en ese sentido, le observó cuánto más adecuadas serían esas sencillas frases que se usan en las oraciones ordinarias, y luego sugirió como favorita suya: «Mortifica en mí, querido Jesús, todo lo que te desagrada, y hazme según el deseo de tu corazón».22

Clare Augustine Moore, que vivía en la calle Baggot en tiempos de Catalina, cuenta una instructiva historia sobre la moderación de Catalina en la elección de las oraciones comunitarias. Ella describe el uso que Catalina hacía de ciertas oraciones en «El alma unida a Jesús», de Ursula Young, OSU:

Le encantaba rezar ante el Santísimo Sacramento y, al descubrir que en Carlow utilizaban después de las oraciones del mediodía una de las bellas «Efusiones de amor» del final de «El alma unida a Jesús», le gustaron tanto que empezó a utilizarlas ella misma. Sin embargo, al cabo de un mes, dejó de tener esta devoción y cuando le pregunté por qué, me dijo que, si ella misma añadía oraciones, una sucesora muy devota añadiría más y más hasta que, especialmente en los conventos pobres, las hermanas serían incapaces de cumplir con los deberes del Instituto… Aun así, me dijo que ella misma utilizaría siempre esas oraciones y me aconsejó que hiciera lo mismo.23

Las breves «Efusiones de amor» en la parte posterior del libro de oraciones de Ursula Young tienen el ardor, el celo, la humildad y la confianza que deben haber caracterizado la oración personal de Catalina. Podemos imaginarnos por qué al principio quería que su comunidad rezara junta estas oraciones, pero también podemos admirar su moderación al no añadir nada a las oraciones comunitarias prescritas.

Pues Catalina siempre consideró los tiempos específicos de oración, tanto personal como comunitaria, como subordinados a las exigencias de las obras de misericordia. Aunque no pretendía que las hermanas se excusaran casualmente de los tiempos propuestos para la oración, insistió, especialmente en su ensayo sobre el «Espíritu del Instituto», que en una congregación religiosa como las Hermanas de la Misericordia, y en la orden práctica, los «deberes» de la Misericordia tienen una prioridad religiosa primordial:

Debemos, pues, tener en cuenta que nuestra perfección y mérito consiste en cumplir bien estos deberes, de modo que, aunque el espíritu de oración y retiro nos sea muy querido, nunca nos retraiga de estas obras de misericordia, pues, de lo contrario, debería considerarse como una tentación y no como el efecto de una piedad sincera. Sería un artificio del enemigo, que… se esforzaría por apartarnos de nuestra vocación bajo el pretexto de trabajar por nuestro progreso personal.24

Al contrario, Catalina creía que la oración era la sierva constante del ministerio:

«Debemos entregarnos a la oración con el verdadero espíritu de nuestra vocación, para obtener nuevo vigor, celo y fervor en el ejercicio de nuestro estado».25

Los momentos de oración personal o comunitaria simplemente reunían para explicitar la concentración la oración contemplativa continua que, por necesidad, siempre acompañaba a las obras de misericordia.

Dada la naturaleza, las dificultades, los contextos y los objetivos de las obras de misericordia, si realmente eran obras de la misericordia de Dios, estas obras no podían, en su opinión, ser realizadas más que por una persona que avanzara en actitud de oración, confiando en la guía y la ayuda de Dios. Por lo tanto, Catalina creía: «las obras de misericordia corporales y espirituales, que sacan a religiosas/os de una vida de contemplación, lejos de separarles del amor de Dios, les unen más estrechamente a Él y les hacen más valiosas/os en su santo servicio».26

Las oraciones «favoritas» de Catalina McAuley son fieles a estos principios. El lenguaje, aunque a veces arcaico para los estándares actuales, no es recargado ni hiperbólico; y los conceptos teológicos, aunque a veces necesiten matices actuales, son de hecho elementos principales de la fe cristiana y de la relación con Dios. En segundo lugar, las oraciones son pocas en número; y no se utilizaban todas simultáneamente como oraciones comunitarias: se utilizaban ocasionalmente, quizá incluso con frecuencia, para expresar las necesidades y esperanzas especiales de las comunidades.

Y, por último, todas estas oraciones son bíblicas y apostólicas en su lenguaje y perspectiva: se centran en la revelación de la misericordia de Dios y en la vida y misión misericordiosas de Jesús.

Oraciones comunitarias de las Hermanas de la Misericordia

La nueva Oración de la Mañana y de la Tarde de las Hermanas de la Misericordia se completará, con el tiempo, con un pequeño volumen titulado provisionalmente «Rezando en el Espíritu de Catalina McAuley». Este volumen contendrá, además de otras oraciones de la tradición de la Misericordia, adaptaciones del «Salterio de Jesús», las «Oraciones de Treinta Días» y la «Oración universal por todas las cosas necesarias para la salvación», así como los textos originales de estas oraciones, tal y como Catalina las habría rezado, y una invitación a desarrollar las propias adaptaciones.

El deseo de rezar según el espíritu de Catalina McAuley, ya sea un deseo personal o comunitario, no es un intento sentimental de recrear un tiempo y un lugar, teológicos pasados, o de imitar a la propia fundadora de alguna manera superficial. Es más bien un deseo nacido de la docilidad: una disposición confiada a ser enseñada de nuevo por la mujer que, de un modo singular, más profundamente comprende y aprecia a las Hermanas de la Misericordia y a sus asociadas y asociados.

Las Hermanas de la Misericordia no han multiplicado las oraciones comunitarias en los últimos años. La necesidad reconocida de los dos volúmenes mencionados anteriormente es prueba de ello. Además, la antigua y fuerte oración petitoria del Instituto, —el grito profético comunitario de las mujeres de la Misericordia de todo el mundo comprometidas con las obras de misericordia y el reinado de la justicia de Dios—, puede parecer ahora más muda al mundo de lo que realmente es, por falta de una oración específica rezada en común. La renovación continua de nuestra vida de oración comunitaria visible y audible tendrá muchas facetas. Tal vez un pequeño elemento de esta renovación sea un regreso dócil a las oraciones que Catalina McAuley rezó, o a ligeras adaptaciones de ellas que conservan su intención al tiempo que modifican su vocabulario.

Tanto si nos arrodillamos con Catalina a la luz de la luna por la mañana temprano, junto al lecho de las graves enfermedades del mundo o en las oscuras capillas de la noche, ella apoyará nuestra oración personal y comunitaria con el mismo ardor con el que una vez alentó nuestra renovación de votos:

«Cuando hacemos nuestros votos por primera vez, no es de extrañar que nos sintamos ansiosas y los pronunciemos con voz tímida y vacilante, pues aún no conocemos en toda su extensión la infinita bondad de Aquel a quien nos comprometemos para siempre; pero cuando los renovamos, debe ser con el tono de alegría y confianza que nos inspira la experiencia de sus crecientes misericordias». Este sentimiento se percibía fácilmente en su manera de leer el «Acto de renovación», y también en la forma alegre en que repetía después el habitual Te Deum.27

Notas

1 De Mary Clare Moore a Mary Clare Augustine Moore, 23 de agosto de 1844, en «Mary C. Sullivan, Catherine McAuley and the Tradition of Mercy» (Notre Dame: University of Notre Dame Press, 1995) p. 85.

2 Mary Clare Moore, «Anales de Bermondsey», en Sullivan, p. 112.

3 Ibídem, p. 116.

4 De Mary Clare Moore a Clare Augustine Moore, 1 de septiembre de 1844, en Sullivan, p. 92.

5 «Manuscrito de Limerick», en Sullivan, p. 174.

6 «A Little Book of Practical Sayings, Advices and Prayers of our Revered Foundress Mother Mary Catharine [sic] McAuley» [«Un pequeño libro de dichos prácticos, consejos y oraciones de nuestra venerada fundadora, la madre María Catalina [sic] McAuley»], ed. Mary Clare Moore (Londres) Burns, Oates, 1868) pp. 34-35.

7 «Anales de Bermondsey», en Sullivan, p. 116.

8 De Mary Clare Moore a Clare Augustine Moore, 1º de septiembre de 1844, en Sullivan, p. 92.

9 Mary Vincent Harnett, «Manuscrito de Limerick», en Sullivan, p. 140.

10 Clare Augustine Moore, «Una memoria», en Sullivan, p. 201.

11 De Catalina McAuley a Frances Warde, 25 de octubre de 1838, en «Las Cartas de Catalina McAuley», ed. Mary Ignatia Neumann (Baltimore: Helicon, 1969) p. 117.

12 De Catalina McAuley a Mary Cecilia Marmion, 6 de abril de 1841, en Neumann, ed., p. 276.

13 «El salterio de Jesús», en «The Christian’s Guide to Heaven» [«Guía del cielo para el cristiano»], o «A Manual of Catholic Piety» [«Manual de piedad católica»], ed. William A. Gahan, O.S.A. (Agra: Agra Press, 1834) p. 92. Hubo, por supuesto, ediciones irlandesas anteriores del libro de oraciones de Gahan, incluida una publicada por T. M’Donnel en Dublín en 1804 con el subtítulo «A Complete Manual of Catholic Piety» [«Manual completo de piedad católica»], pero los ejemplares de biblioteca de estos son muy raros y no está permitido fotocopiar sus páginas. «El Salterio de Jesús» está en las páginas 92-105 de la edición de 1834.

14 «Anales de Tullamore», en Sullivan, pp. 66-67.

15 De Mary Clare Moore a Clare Augustine Moore, 1 de septiembre de 1844, en Sullivan, p. 93.

16 «Anales de Bermondsey», en Sullivan, p. 116.

17 De Catalina McAuley a Frances Warde, 30 de junio de 1840, en Neumann, ed., p. 219.

18 «Manuscrito de Limerick», en Sullivan, 182. Los textos completos de las dos «Oraciones de Treinta Días» figuran, por ejemplo, en «The Golden Manual: 01; Guide to Catholic Devotion, Public and Private» [«El manual de oro: 01; Guía a la devoción católica: pública y privada»] (Londres: Burns & Lambert, n.d.) pp. 438-44.

19 «Anales de Bermondsey», en Sullivan, p. 117.

20 [Mary Vincent Harnett], «The Life of Rev. Mother Catherine McAuley», ed. Richard Baptist O’Brien (Dublín: John F. Fowler, 1864) p. 113.

21 La séptima edición de este libro fue publicada en Dublín por The Catholic Book Society en 1835, pero es de suponer que Catalina tenía una edición anterior. Dado que Blyth (¿1705?-1772) era carmelita, es posible que recibiera una copia de una de sus amigas carmelitas de Dublín.

22 «Anales de Bermondsey», en Sullivan, p. 111.

23 Clare Augustine Moore, «Una memoria», en Sullivan, p. 213.

24 Catalina McAuley, «Espíritu del Instituto», en Neumann, ed., p. 389. Catalina depende aquí del tratado de Alonso Rodríguez (1526-1616), «Del fin e institución de la Compañía de Jesús», en su obra La práctica de la perfección cristiana y religiosa, vol. 3, publicado en traducción inglesa en Kilkenny, Irlanda, en 1806. Catalina transcribió su ensayo, muy abreviado, de esta fuente. Consultar mi «Catherine McAuley’s Theological and Literary Debt to Alonso Rodriguez: The ‘Spirit of the Institute’ Parallels» [«La deuda teológica y literaria de Catalina McAuley a Alonso Rodríguez: los paralelismos de ‘Espíritu del Instituto’»], «Recusant History», núm. 20 (mayo de 1990) pp. 81-105.

25 Ibídem, p. 389.

26 Ibídem, p. 387.

27 «Manuscrito de Limerick», en Sullivan, p. 183.

Publicado originalmente en inglés en The MAST Journal Volumen 8 Número 3 (1998). 

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About the Author

  • Mary C. Sullivan, RSM, fue una escritora prolífica sobre la vida y la misión de Catherine McAuley. Ella compartió la historia de la Misericordia con miles de personas a través de su enseñanza, libros, seminarios y retiros en todo el mundo. Sus libros incluyen The Correspondence of Catherine McAuley (La correspondencia de Catherine McAuley), 1818-1841 (2004), Catherine McAuley and the Tradition of Mercy (Catherine McAuley y la tradición de la misericordia)(1995) y The Path of Mercy: The life of Catherine McAuley (El camino de la misericordia: La vida de Catherine McAuley) (2012). También publicó numerosos artículos académicos y editó varios libros. Tiene una maestría en teología sistemática y una maestría y doctorado en inglés. Ella era una mujer profundamente espiritual y erudita religiosa e inspiró a muchos a vivir misericordiosamente.

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